Desafiando al olvido
Desafiando al olvido, un título premonitorio en el que Miguel Fernández (Granada, 1962), el autor, recupera un personaje clave en los anales de la música de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Waldo de los Ríos (Buenos Aires, 1934) pasó a la historia como el compositor que acercó a Beethoven al gran público. Su adaptación del último movimiento de La novena sinfonía, conocida como Himno a la alegría, interpretada por Miguel Ríos o en versión pop, se convirtió en un éxito mundial, de dimensiones entonces desconocidas en la España franquista. Criticada por los ortodoxos y aplaudida por el público, la obra supuso un punto de inflexión en la carrera de un artista plagada de logros, como la Yenka, El tamborilero popularizado por Raphael, Las flechas del amor de Karina o Soy rebelde de Jeanette. En medio de la apoteosis mundial que supuso su revisión de la Sinfonía 40 de Mozart, Stanley Kubrick lo llamó para que compusiera la banda sonora de La naranja mecánica. Poco tiempo después, Waldo entra en horas bajas. Su suicidio conmocionó a la sociedad española y a la argentina.
¿Por qué se suicidó Waldo de los Ríos? La pregunta recorre el minucioso trabajo de reconstrucción de la tormentosa vida del músico, arreglista y compositor. Para responder a ese interrogante, el autor nos sitúa de plano en los últimos meses de la vida del compositor. Lo describe agotado y preso de una depresión. Con los somníferos y el alcohol acompañando sus solitarias jornadas en medio de constantes dietas de adelgazamiento. Hasta que el 28 de marzo de 1977 lo encontraron tumbado en la cama de su lujosa mansión en la urbanización madrileña de Conde de Ordaz, con una escopeta entre las manos y la foto de un joven del que se había enamorado. Estaba solo y contaba 42 años. Todavía agonizaba cuando trasladaron su cuerpo a la ciudad sanitaria de La Paz. Las dos mujeres que habían marcado su vida, la actriz y escritora Isabel Pisano, su esposa, residía en esos momentos en Roma, y Martha de los Ríos, su posesiva madre, permanecía en Buenos Aires.
Como otras muertes violentas, su desaparición generó una investigación policial y se especuló con la posibilidad de que hubiera podido tratarse de un asesinato. El autor aporta diligencias judiciales, datos clave del informe sobre la inspección ocular remitido al juez y la versión de los forenses sobre el suceso. Durante meses, de los Ríos, que frecuentaba tertulias y bares de ambiente gay hasta la madrugada, recibía llamadas telefónicas amenazantes. La prensa del corazón informó de la detención de un par de personas, a las que nunca se llegó a acusar de nada.
Como reza la leyenda, de los Ríos vivió deprisa, murió joven y tuvo un bonito cadáver. Las páginas de los periódicos y los informativos destacaban ese día la catástrofe aérea del aeropuerto canario de Los Rodeos -en la que fallecieron más de 500 personas-, lo que desplazó a un segundo plano la trágica muerte del artista pese a tratarse de un personaje muy popular. Destaca, sin embargo, el trato que dio la prensa sensacionalista al suceso, centrado especialmente en la recién descubierta homosexualidad del popular músico. Conviene situar el suceso en la España del inicio de la Transición –el presidente Suárez había convocado elecciones generales el 18 de marzo de ese año, cuyas Cortes aprobarían la Constitución de 1978- donde todavía imperaba la Ley de Peligrosidad Social que se aplicaba a los invertidos o maricones, la palabra gay no se usaba. El autor recrea precisamente en uno de los capítulos, la crudeza y humillación a la que fue sometido uno de los amigos del compositor en uno interrogatorios habituales, en la antigua Dirección General de Seguridad en la madrileña Puerta del Sol.
En los cerca de dos años de trabajo, el autor ha realizado un exhaustivo recorrido por los distintos escenarios en los que se desarrolló la vida del músico, desde la casa donde residió en Buenos Aires hasta el cementerio de la Chacarita, donde el músico está enterrado al lado del cantante de tangos Roberto Goyeneche. En ese marco sitúa las entrevistas con algunos de los músicos y artistas que lo conocieron, como Michel Legrand, que falleció poco después, Miguel Ríos o Karina, entre otros. A través de sus recuerdos se va tejiendo la crónica de una vida.